Sábado por la noche, centro de Liverpool. Me encuentro con dos amigos, dando un par de bailoteos después de habernos apretado unas cervezas. El garito donde estamos, grande y con aceptable música, se encuentra cercano a nuestro “fish and chips” de turno, donde acabar la noche como de costumbre, y si su nombre es “the filling station” y su logo un surtidor de gasolina, ya podemos imaginarnos de que se trata: LLenar la barriga; que por el hambre y la acidez de las cervezas, va apeteciendo.
En un momento de la noche, una chica desde un reservado, tira de la manga de mi amigo para ofrecerle una copa de un brebaje amarillo espumoso, el cual ha sacado de una jarra con hielos. Es sidra. Mi amigo, que está tan caliente, que con sus pensamientos se podría incendiar un bosque, escucha a la chica; y yo oliéndome la tostada… me voy al servicio.
Al volver, me encuentro a mi amigo picando. Haciendo honores a la más famosa canción de Antonio Molina. De repente, ella se va, y no porque haya habido mal rollo o algún problema, o porque la conversación se haya acabado. Le pregunto al otro con el que estoy, qué ha pasado. Como si no lo hubiera visto veces, o experimentado yo mismo en mi juventud, o como si no recordara a la misma persona viniendole una chica a bailar refrotándose con él, y cuando él la hacía caso y hacía lo mismo con ella… ella se iba, cuando él pasaba, ella venía de nuevo a hacer lo mismo; y así varias veces.
“Ya sabes como son las inglesas” me dice el otro amigo. De hecho me comenta algo que es una realidad: No ves a nadie besándose en un garito. Es muy raro. Y te preguntas: ¿es que no hay novios en Inglaterra?, ¿no hay ninguna pareja?.
Una vez un amigo mio, me comentó que su novia -que es inglesa-, sorprendida de que los tíos salieran y entraran a tías, le decía “Si es que lo hacéis mal, las tías salen a pasárselo bien”. Digo yo, no van a salir a pasárselo mal, aunque parece que conocer a un tío fuera una tortura. Pero vamos, que tiene razón, por eso van embutidas en unos trajes de infarto, tras un cuidado maquillaje, y llevando unos taconazos de vértigo, con los que más de una no sabe andar. Vamos, lo que cualquier mujer se pone cuando llega cansada del trabajo, para estar cómoda, relajarse y ver la tele. Una lógica aplastante.
Así que en el ambiente más propicio, con un ambiente festivo, jovial, y relajadas las defensas por el alcohol, un tío no puede entrarlas. En el curro, no porque están trabajando. En el supermercado, no porque están comprando. En la biblioteca, no… “ssssh, cállese por favor, mantenga el silencio”. Vamos, me recuerda a aquella canción de los payasos de la tele, donde la niña no podía jugar porque siempre tenía algo que hacer, y pensabas desesperado: «A ver cuando coño la dejan en paz, y puede jugar de una vez, que hasta a mi me está entrando ansiedad».
Lo curioso, es que si sales tú “a pasártelo bien” y sin más pretensiones, no es la primera vez que te tocan el culo y salen corriendo. O que te tocan, simplemente. Eso sí, haciendo que no lo han hecho, en plan “pío, pío, que yo no he sido”. Porque lo que quieren es sólo eso, que te fijes en ellas. LLamar la atención. Que no vayas a tu bola. Debe ser que para eso, sí que se han arreglado.
En fin, sigamos con la historia. En la misma noche, en un momento dado, una del grupo sale del reservado, pasando entre mi otro compañero -con el que me encuentro hablando- y yo en su camino, interrumpiéndome a pesar de tener espacio de sobra por otro lado. Diciendo, no se si adiós o perdón, pero con la actitud de “ay que pesado”, como sintiéndose acosada y sintiendo fruición por ello. Me recuerda a una noticia que vi un día, en la cual había gente, que pagaba a otra para que se hicieran pasar por paparazzis, y la siguieran a todas partes. Para sentirse famosa y deseada por un día.
Ahora entiendo, porque les fascinan esas revistas que hace tiempo empezaron a pulular por España, con su papel couche, su mucha foto y poca chicha. Que cuentan poco y posan mucho; y donde siempre las pillan saliendo del coche con el chumino al aire. Debe ser que así sube su popularidad cuando están decaídas, o que las bragas están muy caras aquí en Inglaterra. Donde éste se ha liado con aquella, y donde aparecen cientos de fotos ya sea posando para una recepción, o en bikini para comparar como eran sus cuerpos antes y después.
Yo las llamo las chicas del photocall. La verdad es que yo no podría acabar con una de ellas, y no ya por sus cuerpos, que sí muchas tetas, pero las mismas formas que un bote de coca cola (y yo soy más de la botella). Sino porque son tan frías, que en su culo se podría congelar hielo. De hecho, si en la cama se suele decir que uno se lleva lo que es fuera, os podéis imaginar lo que sería hacer el amor con una de ellas, o echar un polvo, o “shag” que para eso estamos en Inglaterra. En plena pasión y con el corazón a 200 por hora, ella para. «¿Ya te has «venido» (aquí no se van, vienen, que son más chulos)?» preguntas, y ella responde «no, aha -tos de princesita-, es que me he roto una uña».
Pero no nos equivoquemos, no se trata de hacer patria. Nosotros también tenemos lo nuestro, que no es la primera vez que salgo, y pienso al ver un determinado conjunto de tías, si serán hermanas, o de un equipo de fútbol sala, porque todas las del grupo visten igual. Parece que se arreglan pensando en que va a llevar la otra, para que no se las vaya la mano, y mantenerse en la manada, no sea que sus propias amigas piensen cuando menos que es una “fresca”. Y no porque vaya mostrando nada.
El otro día vi por Internet, un programa de la sexta, hablando de que los tíos -españoles- «es que sois muy fáciles». Como si eso supusiera un problema. Es como si te ofrecieran un trabajo que te cagas, con buen salario, etc. Y dijeras «no, yo quiero que me jodan la vida, que me ofrezcan sólo un empleo de limpiadora, maltratada en el curro, y con un sueldo de mierda». Ahora se entiende su fascinación por esas películas dramones, como la típica de sobremesa de antena 3 que dice «basado en un hecho real», y siempre el hecho real es que el marido la maltrata, que tiene cáncer o que le pasa algo malo.
En definitiva, que mi amigo se fue a casa un poquito más caliente si cabe, y que yo no entiendo este grado de sofisticación, o “muy mujer” como dicen siempre al hablar de un desfile de moda. Con este gusto por complicar las cosas, que son mucho más sencillas y ya se complican por si solas.
Jose Antonio Rodríguez Clemente
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...